El candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden, ha definido las elecciones presidenciales, que se celebrarán el próximo noviembre, como la batalla por el alma, la esencia, del pueblo americano. Acaso también es la batalla por el alma de Occidente, y de cuantos defienden los derechos humanos, las libertades individuales, la democracia liberal y el medioambiente.
La presidencia de Trump no solamente ha supuesto una quiebra de los códigos éticos y morales que derivan de los ideales más admirables de Estados Unidos. Ha sido el detonante de la ruptura de las tradicionales relaciones de cooperación entre Europa y Estados Unidos.
Precisamente por este motivo es tan importante, en ambos lados del océano, la victoria de Biden en las próximas elecciones. La presidencia del líder demócrata supondría recuperar la maltrecha relación entre Estados Unidos y Europa, la vuelta al Tratado de París, el acuerdo antinuclear con Irán o la lucha contra los extremismos y populismos, cuyo afán es destruir las instituciones democráticas.
No está de más decir, en referencia a este último aspecto, que Trump ha servido de espejo para movimientos que cuestionan y pretenden derribar el marco de convivencia democrático tanto en Estados Unidos como en Europa.
La victoria electoral del que fue Vicepresidente de EE.UU en la Administración Obama, conllevaría con toda seguridad una mejora en las relaciones internacionales en materia de cooperación económica, de seguridad y de ciencia e investigación, cruciales para afrontar posibles futuras pandemias y la crisis económica mundial ya sin precedentes potenciada por el COVID-19.
Todo ello, teniendo en cuenta que la necesidad de avanzar en un nuevo marco de relaciones se ve acrecentada por la perdida de protagonismo y de influencia de Estados Unidos y Europa en la escena internacional en favor de potencias y actores que ponen en cuestión la democracia liberal y el modo de vida que representa. Más aún,que perciben el pensamiento occidental como una debilidad manifiesta de la que pretenden sacar partido. No obstante, Occidente ha sido, y es aún, un referente moral para el mundo: la cuna de la Ilustración, de la democracia y de los derechos humanos. Europa y Estados Unidos han sido las propulsoras en los dos últimos siglos de las revoluciones sociales que han propiciado un mundo mejor. No es posible concebir la esencia del ser humano del siglo XXI sin el pensamiento y las conquistas sociales protagonizadas por la Vieja Europa y los Estados Unidos.
Sin embargo, entre todos los retos que afronta la humanidad la lucha contra el cambio climático es el más importante; la oportunidad para Occidente de seguir en la vanguardia de una revolución que promueva un mundo mejor. Una renovada alianza Europa-Estados Unidos en la lucha por el medioambiente puede abanderar de una vez por todas una revolución que propugne un nuevo sistema productivo, en el que el individuo y la conservación del medioambiente estén en el centro del desarrollo de forma indivisible.
Porque la lucha contra el cambio climático implica, al poner en el centro del desarrollo el binomio ser humano-naturaleza, la preservación de la libertad y de la dignidad humana. Y esto encarna lo mejor de la tradición del pensamiento occidental. En este aspecto, como señala la Oficina del Alto Comisionado para los Derecho Humanos de las Naciones Unidas, todos los seres humanos dependemos del medio ambiente en el que vivimos, esencial para el pleno disfrute de una gran variedad de derechos , entre otros, el derecho a la vida. Sin un medioambiente saludable, no se puede vivir a la altura de los estándares mínimos de dignidad humana.
La llegada a la Casa Blanca de Joe Biden sería la oportunidad para poner en marcha una economía social y ambientalmente más sostenible con estándares más exigentes de producción; esto implicaría promover unas reglas de juego más justas que ayudarían a recuperar el tejido productivo en Estados Unidos y Europa; tejido que ha ido desapareciendo, al no poder competir en costes de producción con otras latitudes que no integran en su cadena de valor lo social y lo ambiental.
Una economía verde e inclusiva, apoyada en procesos bien planificados de transición ecológica justa y solidaria a economías bajas en carbono, podría servir como freno al fenómeno del populismo que se manifiesta de forma preocupante a ambos lados del Atlántico. No hay que olvidar que la desindustrialización ha servido como caldo de cultivo para el avance de movimientos populistas, y en particular de la extrema derecha, entre las clases obreras que se sienten las olvidadas de la globalización. El desencanto entre estos sectores de la población ha servido como catalizador a partidos o movimientos de corte radical para poner en jaque la legitimidad de la democracia y de sus instituciones.
Por estos motivos, un eje verde Estados Unidos-Europa contra el cambio climático puede actuar como dique de contención ante tendencias, actores y regímenes que cuestionan los derechos humanos, la democracia y las libertades personales.
Si algo positivo quedará de la presidencia de Trump es la necesidad de recuperar el vínculo entre Estados Unidos y Europa. Ese vínculo es la única forma de preservar lo que representa lo mejor de la forma de vida y de las conquistas sociales de Occidente.
Por todo ello la contienda electoral del próximo noviembre no será solamente la del alma del pueblo americano, será la batalla de nuestras vidas.
Artículo de opinión:
Juan Verde: Experto internacional en Economía Verde y la lucha contra el cambio climático
Eduardo Ramos Suárez: Especialista en Gobernanza y Desarrollo Sostenible
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